La importancia de tomar las calles

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Por Juan Jacobo Hernández Chávez, Colectivo Sol

Juan Jacobo Hernández Chávez, originario de León, Guanajuato, es un destacado activista y educador en derechos humanos LGBTI+ y poblaciones vulnerables. Con formación en Lengua y Literatura francesas por la UNAM, ha sido también profesor y traductor. Cofundador de movimientos clave como el Frente de Liberación Homosexual de México (FLH) y el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), actualmente dirige el Colectivo Sol. Su labor se centra en la respuesta del VIH-Sida y en el fortalecimiento comunitario. A lo largo de su vida, ha contribuido a nivel político regional e internacional, manteniéndose como una voz crucial para los derechos sexuales en el siglo XXI.

Cuando las poblaciones LGBTI+ decidimos salir a las calles en 1978, lo hicimos motivados por el hartazgo ante la homofobia social e institucional prevalecientes, que de manera constante derivaban en abusos, vejaciones, violencia y vulneración de nuestros derechos humanos. La represión sexo-policíaca en aquellos años formaba parte del estado general de opresión y sometimiento violento de cualquier disidencia social y política en México, y coincidía con la implantación de la llamada “guerra sucia” que el gobierno implementó por más de una década. Para los homosexuales y travestis en aquellos años, la cereza de ese pastel podrido eran las rutinarias redadas –razzias– que la policía capitalina realizaba puntualmente cada fin de semana y que les producían pingües beneficios resultado de los atracos y las extorsiones a los detenidos, en su inmensa mayoría hombres homosexuales, travestis, borrachos pobres y trabajadoras sexuales. 

Ese estado de cosas nos generaba una profunda irritación y descontento… flotaba en el ambiente de los futuros activistas y militantes de los grupos homosexuales en aquellos años, la necesidad de hacer algo al respecto. El núcleo fundador del Movimiento de Liberación Homosexual identificó la movilización pública como una herramienta estratégica para, cuando menos, denunciar la represión a la que se sometía a nuestras poblaciones. La decisión de mostrarnos públicamente como homosexuales o travestis no fue nada fácil: corríamos el riesgo de ser, cuando menos, arrestados, exhibidos en la picota humillante de la prensa amarillista y violentados. La determinación de tomar las calles fue producto de un añejo y arduo trabajo de preparación psíquica y corporal que nos llevó a adquirir en primer lugar, la conciencia de nuestra opresión y auto-opresión mediante duros procesos de confrontación con nuestros temores, nuestras vergüenzas, nuestras debilidades y carencias. Las reflexiones derivadas de esos ejercicios de preparación nos llevaron a identificar con claridad cuán sometidos nos encontrábamos, como poblaciones marginadas social y políticamente, al poder hegemónico del patriarcado, y a la convicción de que sólo mediante la auto aceptación y la movilización pública podíamos hacer visibles las relaciones de sometimiento que ese sistema de poder nos imponía.

Salir a las calles por primera vez nos liberó de una enorme carga psíquica y corporal: vencimos el miedo, emanó fluidamente el orgullo de ser quienes somos y cómo lo expresamos y nos mostramos de manera abierta y ejemplar. A través de este acto fundacional, supimos que estábamos empezando a inaugurar nuevas maneras de manifestarnos y a orientar las acciones públicas de las minorías sexuales de manera innovadora. Nuestro accionar abrió el camino y los espacios para apropiarnos de una nueva manifestación cultural y política que, estábamos seguros, contribuiría a generar cambios en nosotros mismos para empezar, para poder realizarlos posteriormente en las estructuras institucionales y en la sociedad en su conjunto. Junto a los movimientos populares, estudiantiles, sindicales y de las mujeres, aspirábamos a formar parte de los constructores de una nueva ciudadanía en una sociedad transformada, nueva. Soñar no costaba nada.

Han sido ya 45 años ininterrumpidos de presencia pública LGBTI+ en las calles a lo largo de los cuales la gestión política y el activismo como figuras de acción han permitido revisar, reorganizar y replantearse las cotidianeidades sexo-políticas, no solo de las poblaciones LGBTI+ sino del conjunto de orientaciones, identidades y expresiones sexuales, incluida la heterosexual.

Gracias a ello, personalidades LGBTI+ han podido ingresar de lleno en los espacios institucionales, legislativos, y gubernamentales; las poblaciones cuentan ya con representantes en una amplia variedad de espacios públicos y privados; se ha podido generar una masa crítica de académicos, investigadores, influencers y militantes LGBTI+ en distintos partidos políticos que han aportado sus saberes y experiencia para la formulación de leyes, iniciativas y protocolos de acción importantes. 

Sin embargo, a pesar de casi medio siglo del surgimiento del movimiento, tenemos que reconocer que la presencia militante de las organizaciones LGBTI+ en las calles ha disminuido cuando menos desde hace un par de décadas durante las cuales las acciones de movilización pública casi han desaparecido o han sufrido cambios, algunos en mi opinión no del todo alentadores. Pareciera que salir a las calles les produce “hueva” a muchos activistas de lo que llamo el círculo rosa que prefieren trabajar e interactuar en la comodidad de recintos amables, de las consultorías o del beneficio político y económico de un puesto público, que acompañar o encabezar protestas públicas. Pareciera que ese tipo de actividad ha quedado fuera de su olimpo autocomplaciente porque “ya no están para esos trotes”. 

Quizás tengamos que conformarnos con la realidad de que a nivel nacional la presencia LGBTI+ en las calles se ha visto reducida a las celebraciones del Orgullo LGBTI en junio en la CDMX y a lo largo del año en distintas ciudades, o a esporádicas movilizaciones de protesta sin mayores consecuencias. Existe una copiosa presencia de activistas LGBTI+ en casi todos los ámbitos del quehacer político, social y cultural de nuestro país, y yo esperaría de ellos una mayor y más visible voluntad, o cuando menos algún gesto, que los haga salir de su esfera de confort.

Finalmente, para no pecar de injusto, es necesario enfatizar que, de las poblaciones del acrónimo LGBTI+, las activistas transgénero y los activistas del VIH-sida pareciera que son las únicas expresiones que tienen como estrategia de incidencia política la toma de las calles y los espacios para denunciar tanto violencias y exclusión, como desatención y desabasto. Su actuar es ejemplar y encomiable y nuestro deseo es que sirva de aliciente para que el activismo LGBTI+ rompa las inercias y cumpla con su misión como agentes de cambio. Ese cambio no se logrará si nos quedamos arrellanados en nuestros mullidos asientos frente a las computadoras.

Las imágenes de este artículo han sido recabadas del Archivo de Colectivo Sol, la revista VICE, Fototeca Milenio, Local Mx, el Archivo General de la Nación y a través de una búsqueda en internet. En caso de que sea requerido nombrar a una autoría fotográfica, favor de enviar a yaajmexico@gmail.com la observación con el dato, para restaurarlo inmediatamente.

FIN.

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