Violencia ácida: el verdadero borrado de mujeres

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Según los datos que la Universidad Autónoma Metropolitana recabó con activistas y organizaciones especializadas del país, hasta diciembre de 2020 se tiene el reporte de que 20 mujeres han sido atacadas con ácido en México, siendo 2018 el año con el mayor número de ataques, al registrarse siete. El año pasado ocurrieron tres agresiones.

Hace menos de 24 horas una mujer fue atacada con ácido en la calles del primer cuadro de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, fue una mujer trans, una mujer diversa. Al respecto, es importante mencionar que no existe razón alguna, ninguna, no hay, para comprender, entender o justificar este monstruoso acto que refleja el profundo cáncer social que implica la violencia de género.

De acuerdo con información textual del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación en México (CONAPRED), estas agresiones tienen una altísima carga simbólica. Pretenden marcar de por vida. Dejar en el rostro desfigurado y en el cuerpo de la víctima la estampa de su crimen, de sus celos, de su odio. Una huella imborrable y dramática.

El ácido y otras sustancias abrasivas son utilizadas en muchos países como un arma que no solo pretende causar un sufrimiento físico enorme —o, incluso, la muerte—, sino también para imponerle una condena social que la acompañará de por vida. Al mirarse al espejo, al observar las reacciones de los otros. Es la marca de la posesión. Una firma ardiente que lastra la vida, o lo que queda de ella, de miles de mujeres en todo el mundo. Las cicatrices en su cara, abrasada, las hacen perfectamente reconocibles; pero no existen estadísticas que digan cuántas personas sufren ataques con ácido u otros productos de este tipo en el mundo.

Acid Survivors Trust International (ASTI), una organización especializada que trabaja con Naciones Unidas, calcula que al año se producen al menos 1.500 agresiones, más del 80% a mujeres. La mayoría localizadas en países del sureste de Asia, África subsahariana, India occidental y oriente medio; aunque se contabilizan cada vez más casos en América Latina. Como en Colombia, donde la proliferación de ataques con químicos abrasantes ha llevado a las autoridades a revisar la ley para endurecer las penas contra los agresores que empleen este instrumento de terror. El 90% de los atacantes son hombres; casi siempre conocidos o con alguna relación con la agredida; un patrón común en todos los lugares. Pretenden destruir la vida de la mujer a través de lo que la ONU considera una forma “devastadora” de violencia de género.

Ahora bien, regresando al atroz caso de nuestra compañera tapatía, es importante mencionar que al ser una mujer que pertenece a la comunidad trans, todo un sistema hegemónico y heteronormativo le ha fallado toda la vida, por el simple hecho de ser quien es. No obstante, existen también voces que dentro de nuestro propio movimiento feminista, insisten absurdamente en separar al propio movimiento y luchar una guerra profundamente llena de odio, promoviendo el discurso transodiante. Compañeras, la guerra, la lucha, está allá fuera, es un sistema y una estructura patriarcal, y ahora… ¿qué más prueba necesitamos para entender que las mujeres trans son mujeres, sino este abominable caso?

Esto hecho retrata la materialización de la violencia misógina, machista, sexista, clasista y transfóbica; y todas estas violencias enumeradas, ¿se dan cuenta que son las mismas? La apuesta por un feminismo interseccional, anticapacitista, antirracista y decolonial, hoy más que nunca es la propuesta universal que debemos impulsar, ya que la lucha feminista es de todas, de mujeres cisgénero, mujeres trans y personas no binarias. La existencia de nosotras, las mujeres diversas, «no borra» la existencia de otras hermanas, ni de ninguna mujer, ¡la violencia ácida, es el verdadero borrado de mujeres!

También, entendamos que absolutamente todas las luchas por los derechos humanos van de la mano, es decir todas aquellas que promueven los derechos de los grupos de atención prioritaria, de las comunidades y los pueblos históricamente vulnerados, marginados y oprimidos. El ataque en Jalisco, es un ataque contra los derechos humanos, contra el movimiento feminista, contra la comunidad LGBTI+ y contra toda la humanidad.

Lo peor, es que en esta historia de violencia, también se cruza la discriminación (entendiendo la discriminación como la negación del acceso a un derecho, en este caso, del acceso a la salud). La víctima de Jalisco fue trasladada al Hospital de la Santísima Trinidad, que de acuerdo con datos que aún rondan en las redes sociales, se le fue negada la atención a su cuerpo no hegemónico con 60% de quemaduras y en carne viva, POR NO TRAER IDENTIFICACIÓN.

Sin saber a ciencia cierta, la «verdadera razón» por la que le fue negado el ingreso, -que con seguridad la tendremos cuando la Dirección de Diversidad Sexual del estado de Jalisco haga como es de costumbre, su puntual y exhaustiva averiguación a este hecho- es importante mencionar que por ley, en México todos los hospitales privados en caso de no poder atender a un paciente, deben de estabilizarle, así como de proporcionarle la vinculación a un hospital público que sí pueda darle ingreso. ¿Lo habrán hecho?

Ahora bien, en caso de que la razón por la que no se le brindó atención fuera la de «la objeción de conciencia», cabe mencionar que este derecho no exime la responsabilidad de la institución de garantizar el acceso a la salud y por ejemplo, si algún médico ejerciera su derecho a objeción de conciencia, se tiene que garantizar que la institución tenga personal no objetor que pueda atender; ya que este derecho de ninguna forma se puede cruzar con el derecho al acceso a la salud y mucho menos al trato digno de todas las personas, incluyendo de las personas trans. Inclusive, esto lo refuerza la sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que existió en días pasados, entorno al tema del aborto.

Finalmente, si esta institución dijera que su fundamento fue «operativo», ¿entonces porqué en su sitio web oficial ofrecen atención de urgencias, quirófanos, áreas intensivas (que no especifican que no puedan atender a personas con quemaduras), entre otros muchísimos servicios que le dan la plena capacidad de atender un caso de quemadura por ácido. EXIGIMOS SABER QUÉ FALLÓ AQUÍ.

En este sentido, es importante también señalar que de acuerdo con datos recabados del Informe: Impacto diferenciado de la Covid-19 en la comunidad LGBTI+ en México, un tercio de la población que pertenecemos a la comunidad de la diversidad sexogenérica, no contamos con las posibilidades económicas, ni a través de prestaciones laborales, para atendernos en servicios públicos o privados de salud, por lo que optamos por atendernos en consultorios de farmacias. Todo un sistema nos falla, nos oprime y nos violenta.

Las agresiones con ácido continúan y eso muestra que hay una fractura del Estado mexicano, que no está previniendo y que tampoco está haciendo justicia porque no hay detenidos en los casos que mencionábamos al inicio. Por ello, la Fiscalía de Jalisco hoy más que nunca tiene la oportunidad de hacer historia e impartir justicia, de tratar este caso con sumo apego a derechos humanos y con perspectiva de género y diversidad sexual, para verdaderamente obtener la reparación del daño; así como el gobierno ejecutivo de la entidad tendrá, que asegurar las medidas de no repetición pertinentes.

Es importante mencionar, que de acuerdo a la comunicación ya emitida por parte de Andrés Treviño Luna, titular de la Dirección de Diversidad Sexual antes mencionada, estas violencias no son hechos aislados, responden a un contexto estructural de exclusión y violencia por razón de género y por prejuicios a personas con orientaciones sexuales e identidades de género no normativas.

Hoy nuestra comunidad LGBTI+ y el movimiento feminista interseccional estamos con el corazón destrozado por nuestra compañera, además de sentirnos con miedo porque claramente pude ser yo o tú. Y este miedo es hoy igual de vívido, como el que sentimos en la marcha del 8M de 2019 cuando todo nuestro contingente de mujeres diversas tuvimos que usar máscaras de plástico compradas especialmente para cubrirnos de posibles ataques de ácido, tras haber recibido múltiples amenazas en redes sociales.

Pero el dolor y el miedo nunca nos han detenido, seguiremos luchando por nuestros derechos, por el respeto a nuestras vidas, por las personas que ya no están, por las que estamos y por las que vendrán, ¡PORQUE NOS QUEREMOS #VivasLibresYDiversas!

Paola Santillán
Coordinadora de Mujeres Diversas Yaaj
Internacionalista, Activista LGBTI+ y Feminista Interseccional